29 de marzo de 2024 3:51 AM

Obama y Romney van a una elección en la que nada está definido

Nada definido entre Obama y RomneyMás allá de los ires y venires, la campaña para las elecciones del martes en Estados Unidos puede dividirse en dos partes. La primera, desde que el año pasado el republicano Mitt Romney anunció sus intenciones, y la segunda desde el primer debate con el presidente Barack Obama.

El larguísimo tramo inicial fue costoso para Romney, que rara vez superó a su rival en las encuestas (solo salía bien librado en cuanto al manejo de la economía). Pero todo cambió en aquella cita por televisión a principios de octubre. Ahora están en un virtual empate, aunque los efectos políticos de la fatal tormenta Sandy están por verse.

El trayecto de Romney comenzó el 2 de junio del año pasado. En un principio le vino bien que posibles competidores renunciaran. A comienzos de septiembre lo hizo John Bolton, embajador de George W. Bush ante las Naciones Unidas, y en octubre Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey; Sarah Palin, exgobernadora de Alaska, compañera de fórmula de John McCain hace cuatro años y superestrella del Partido del Té, y Rudy Giuliani, exalcalde de Nueva York y figura nacional por su lucha contra la delincuencia y su gestión el 11 de septiembre.
Salvado ese escollo, no fue fácil para Romney abrirse paso. En el campo de batalla dejó tendida el 4 de enero a la representante por Minnesota Michele Bachmann. Pocos días después se retiraron el exembajador en China Jon Huntsman y Rick Perry, el gobernador de Texas. Más adelante, el 10 de abril, abandonó la carrera el exsenador de Pensilvania y reconocido homofóbico Rick Santorum. Finalmente, renunció Newt Gingrich, el locuaz expresidente de la Cámara. Para entonces, el 4 de abril, Obama había anunciado que buscaría un segundo periodo.
Pero Romney invirtió la primavera y parte del verano en exponer su programa y defenderse de acusaciones, según las cuales, cuando a mediados de los ochenta presidió la financiera Bain Capital, autorizó comprar empresas con la promesa de salvarlas, e incumplió a costa de centenares de empleos. Al mismo tiempo, se supo que de su fortuna de más de 200 millones de dólares tiene una parte en las Islas Caimán, y en septiembre reveló a regañadientes que paga 14 por ciento de impuestos, mucho menos que personas con su nivel de ingresos.
Cuando estaba en esas, en pleno verano, llegó el momento de escoger a su candidato a la vicepresidencia. Sonaron varios nombres como la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice y los senadores Rob Portman y Marco Rubio. El 11 de agosto, sin embargo, Romney se decantó por el joven presidente del Comité de Presupuesto de la Cámara, Paul Ryan.
Esta decisión centró el debate en el plan del congresista para reformar el Medicare, el programa por el cual el Estado les da ayudas a los mayores de 65 años y a los discapacitados. Ryan pretende privatizar esos servicios y que el gobierno entregue a los beneficiados unos talonarios para pagar. “Romney quiere reducir el Medicare a unos talonarios”, dijo Obama. Romney no alcanzó a descansar tratando de apagar incendios como el que encendió el representante republicano Todd Akin cuando dijo que si hay “violaciones legítimas el cuerpo de la mujer puede cerrar eso”, y el de las declaraciones de otro republicano, Richard Mourdock, para quien el aborto no debe ser permitido ni en caso de una violación porque “fue querida por Dios”.
Lo cierto es que, con Ryan a su lado, Romney llegó con la respiración contenida a la Convención entre el 27 y el 30 de agosto en Tampa, Florida. La cosa iba tan mal que, incluso, algunos republicanos insinuaron buscar otro candidato, pero allí obtuvo un respaldo contundente. Salvo un discurso ridículo de Clint Eastwood, Romney se mostró accesible y capacitado para manejar la economía “Yo tengo experiencia en crear empleo. Sé cómo se hace”, insistió para subrayar su contraste frente a Obama, cuyo gobierno no ha bajado el desempleo del 7,5 por ciento en los últimos meses.
Una semana más tarde el turno fue para el presidente en Charlotte, Carolina del Norte, para la Convención Demócrata. “Ustedes no me eligieron para que les diga lo que quieren oír. Me eligieron para que les diga la verdad. Y la verdad es que superar los retos de hace décadas nos tomará unos cuantos años más”, aseguró. Pero la estrella en la convención fue Bill Clinton y en segundo lugar la primera dama Michelle Obama. El presidente, en cambio, no electrizó.
Al terminar las convenciones, Obama le sacaba a Romney 4 o 5 puntos porcentuales en promedio. El 11 de septiembre, el foco de la discusión se fijó en la muerte en Benghazi del embajador Christopher Stevens, y Romney acusó al gobierno de haber fallado al no tomar medidas para protegerlo.
Pero llegaron los tres debates y la escena cambió. La primera cita, el 3 de octubre en la Universidad de Denver, dejó ver a un Romney lleno de energía frente a un Obama ausente que nunca atacó. Según la CBS, el 46 por ciento de la gente prefirió a Romney y el 22 por ciento a Obama. Fue una metida de pata de tal tamaño que podría costarle la Presidencia. Los candidatos volvieron a verse las caras el 16 en la Universidad de Hofstra, en Nueva York, y el 22 en la de Lynn, en Florida. Y si bien Obama repuntó, nunca pareció suficiente para revertir el primer desastre.
Desde entonces los sondeos han reflejado un empate técnico. Nada está definido. El martes pasado el país se vio estremecido por la tormenta Sandy, que dejó 90 muertos, destrozos monumentales y casi 50.000 millones de dólares en daños. Obama retomó su liderazgo exitosamente, ganó apoyos claves y recibió un oportuno empujón que podría ser crucial.
El martes en la noche, esta carrera por la Presidencia, la más reñida de los últimos años, habrá terminado. La estrechez de las diferencias de los sondeos hace imposible hablar de un favorito, y todas las opciones están abiertas, pues el sistema electoral norteamericano permite, incluso, que un candidato gane en el Colegio Electoral pero pierda en el voto popular. Por eso, al cierre de esta edición los candidatos recorrían frenéticamente los llamados swing states, que son los que van a definir, en últimas, quién será el próximo presidente de Estados Unidos. (Semana) 
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