28 de marzo de 2024 4:47 AM

Nueva York, auge, caída y renacimiento

New YorkLos habitantes de la ciudad se adaptaron rápidamente tras el dolor que dejó la devastación de los atentados contra las Torres Gemelas, mientras el resto de EE.UU. aún se pregunta qué fue lo que sucedió.

Para Kevin Wolford, la última década ha sido una caída desde la seguridad a la pérdida. Alguna vez con un empleo estable donde ponía techos en una floreciente área de la Florida, ahora sus cheques por desocupación dejaron de llegar y ha usado la mayoría de los ahorros que tenía para el retiro.

 Está separado de su esposa, en parte por sus finanzas y culpa de sus problemas a la economía. Sin embargo, viendo hacia atrás la década pasada, Wolford siente que ha atestiguado un declive nacional que empezó con el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001.
 
A más de 1.600 kilómetros de distancia, desde su punto de vista en el terreno en construcción donde se encontraban las Torres Gemelas en Nueva York, José Bonilla ve las cosas de manera diferente. En la década pasada ayudó a librar una guerra, tuvo dos hijos y se mantuvo con empleo, ya que se unió al equipo que construye el rascacielos que se erige donde estaban las torres.

Cuando mira hacia atrás a la transformación de la que ha sido testigo desde el 11 de septiembre, él ha visto renacimiento. Como el ave Fénix resurgiendo de las cenizas, dice.

Para algunos, especialmente en las partes del país más golpeadas por los pasados años de guerra, pérdida y dificultades económicas, el 11 de septiembre de 2001 parece el momento en que todo comenzó a ir mal. Esa mañana soleada de martes se arraigó como un miedo persistente: ¿Qué tal que haya sido el comienzo de una larga caída? ¿Estamos siendo testigos del declive de un imperio?.

Sin embargo, al hablar con neoyorquinos sobre el 11 de septiembre, muchos darán una perspectiva distinta.

En Nueva York, la memoria de la devastación continúa viva, pero el momento apocalíptico llegó y se fue. Aunque la década pasada incluyó su parte de burocracia y retos económicos, los oscuros temores que ensombrecieron la ciudad después de los ataques al parecer nunca se materializaron. Las cenizas y los escombros ya no están, lo mismo que la mayoría de los hombres uniformados armados con metralletas.
 
Cuando los neoyorquinos miran hacia atrás ahora, muchos ven fuerza y perseverancia. Es el fuego que atravesaron y sobrevivieron.

“Hay incluso más orgullo en ello, que lograste atravesar tiempo oscuro, esa nube”, dijo Bonilla. “Esa es una de las razones que por las que nos derriban, para aprender a ponernos de pie otra vez”. 

Aislar los problemas

En los días siguientes al 11 de septiembre de 2011, la zona sur de Manhattan se cubrió con una ceniza gris que salió de las torres demolidas mientras la gente aturdida colocaba afiches en busca de sus familiares por toda la ciudad.

El resto de Estados Unidos veía el horror en la televisión, sin poder hacer nada. No había mucho que hacer; se organizaron donaciones masivas de sangre en todo el país y la gente se formaba para donar. Sin embargo, poca gente salió con vida de los escombros del Centro Mundial de Comercio, por lo que no se necesitó sangre.
 
Una década después los neoyorquinos ya no están aturdidos, dijo John Baick, profesor de historia en la Universidad del Occidente de Nueva Inglaterra en Springfield, Massachusetts.

“Nueva York superó el 11 de septiembre mucho más rápido de lo que cualquiera hubiera esperado”, dijo Baick, que además es historiador de la ciudad. “Los neoyorquinos son mejores a la hora de aislar los problemas. En ninguna otra parte del mundo existe este tipo de diversidad, tensión y novedad. Los neoyorquinos se adaptan y ajustan con velocidad notable”.
 
Mientras que la ciudad de Nueva York se recuperaba, el resto del país seguía en duelo, y luego continuó de luto por los soldados en las guerras de Afganistán e Irak. Y volvió al duelo cuando el mercado inmobiliario se desplomó y al empezar la Gran Recesión.
 
“Quizá en Nueva York pueden ver un ave Fénix resurgir de las cenizas”, dijo Tony Brunello, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Eckerd, en St. Petersburg, Florida. “Pero para la gente de por aquí, es un mundo lleno de temor, sin evidencia de una recuperación”.
 
Los neoyorquinos no se escaparon de las penurias de la recesión y las guerras. Pero su ánimo quizá es mayor una década después del 11 de septiembre de 2001 porque ven evidencia del progreso y los logros en la zona donde estaban las Torres Gemelas, dijeron Brunello y Baick, mientras que la gente en lugares como Florida, Arizona y Nevada ha sentido una cadena de eventos cada vez peores durante los últimos 10 años que no tiene final a la vista.

“El resto del país sigue tratando de entender el significado de estas cosas, intentando hallarles algún sentido”, dijo Baick. “El resto del país, que no resultó tan afectado por el 11 de septiembre de 2001, sigue tratando de entenderlo”.

Un mundo diferente

Wolford está percatándose que volver a ponerse de pie no siempre es tan fácil. Sin empleo otra vez, el trabajador de la construcción de 54 años en Fort Myers, Florida, está de nuevo en la oficina donde se atiende a los desempleados, tratando de descifrar el nuevo proceso para solicitar en línea su asistencia por desocupación.

Cuando se enteró por primera vez del 11 de septiembre, Wolford estaba en un mundo diferente. Llevaba trabajando más de 10 años en la misma empresa dedicada a poner techos. El condado Lee, entre Tampa y Miami, estaba en auge. Se construían viviendas en todos lados donde alguna vez hubo naranjales. El desempleo alcanzó una cifra récord a la baja ese año con 2,1%.

Al ver las Torres Gemelas arder desde la televisión de un hospital durante un receso en su trabajo, Wolford quedó horrorizado, triste, pero no impactado en lo personal. El supuso que la mayoría de la gente afuera de la ciudad de Nueva York se sentía de igual manera.
 
Al ver hacia atrás ahora, parece que el 11 de septiembre anunció un cambio. No es el mismo país en que creció, dijo. Hay menos confianza, menos oportunidades, especialmente para las personas como él. Tiene la sensación de que las mejores épocas de Estados Unidos ya pasaron.

“Escucho a la gente hablando en la televisión y la radio sobre cómo somos la nación más grandiosa”, dijo. “Yo simplemente ya no lo creo”. Columbus Brown hijo, un trabajador de la construcción de 46 años sin empleo, dijo que solía ganar más de 175 dólares al día colando concreto en los cimientos de viviendas durante la época de auge. Resintió una desaceleración en el trabajo justo después del 11 de septiembre de 2001, y paulatinamente fue disminuyendo cada vez más en un lapso de siete años.

Ahora se siente afortunado si logra conseguir 175 dólares a la semana.

En estos días pide asistencia por desempleo y trabaja ocasionalmente por día. No tiene un teléfono móvil, televisión por cable ni internet. En ocasiones lleva a su hijo de 13 años a la biblioteca para que el adolescente le ayude a pedir la ayuda a los desocupados desde alguna computadora.

Vive con su padre luego de que se salió del apartamento que compartía con su esposa y cuatro niños de forma que ella pudiera conseguir cupones para comida.

“Antes del 11 de septiembre todo estaba en auge”, dijo. “Había mucho trabajo. Ahora a cualquier parte que vayas es muy difícil. Estados Unidos no está creciendo como solía hacerlo”.

Wolford apunta a la economía cuando habla de sus propios problemas, pero piensa que Estados Unidos como un todo probablemente empezó a decaer el 11 de septiembre. Los ataques terroristas y el desplome del mercado inmobiliario fueron como dos golpes consecutivos contra el país.

Desde que fue despedido con la desaceleración inmobiliaria en 2007, y luego el año pasado tras un período de dos años en un trabajo de menor salario, Wolford solicitó decenas de empleos sin conseguir ni una entrevista. Ya nadie necesita a alguien que ponga techos.
 
El condado de Lee fue una de las áreas de más rápido crecimiento en Florida, hasta que vino el derrumbe del mercado inmobiliario y se llevó a la economía general con él. Para enero del año pasado, la tasa de desempleo ahí estaba en 14,2%, casi siete veces más de donde se ubicaba una década antes.
 
Ha empezado a buscar empleo en Orlando, a unas tres horas de distancia. Nueva York, piensa, estará bien porque considera que muchos banqueros y gente acaudalada viven ahí.
 
“Le está yendo mejor que al condado de Lee”, dijo, al tiempo que sacudía la cabeza. 

Esperanzadora reconstrucción

Para Bonilla fue una década distinta. El vio lo sucedido el 11 de septiembre en un televisor de una base de la Infantería de Marina en Georgia. De pie en una sala para reuniones con otros infantes de Marina, todos pegados a la pantalla, vio ojos sorprendidos, bocas abiertas y escuchó susurros de incredulidad. Sintió miedo, estupefacción y después enojo.

No vieron caer la segunda torre. Tan pronto como se desplomó la primera todos corrieron al teléfono para empezar a llamar a los reservistas con el fin de asegurarse de que sus papeles estuvieran listos para las órdenes que pensaban iban a recibir.

“A partir de ahí, todos pusieron cara seria”, dijo. Ahora piensa que fue inapropiado, pero en ese momento quería venganza.

En la actualidad participa en la reconstrucción del lugar de los atentados. Desde su punto de vista hay trabajo y recuperación. Los constructores han comenzado a edificar.

Bonilla se percata que ha sido más afortunado que muchos. La ciudad de Nueva York también ha afrontado dificultades económicas. Sin embargo, ya sea en servicio con los infantes de Marina en Alemania o con las cuadrillas en el número 1 del Centro Mundial de Comercio, ha tenido trabajo.

Bonilla labora en las entrañas del edificio que él y muchos otros continúan llamando Torre de la Libertad. Todos los días instala tuberías para desagüe, desechos y ventilación que algún día funcionarán en el edificio para mantener a quienes lo ocuparán, cuyo número será equivalente a la población de una pequeña ciudad.

A veces desearía trabajar en un piso superior, y cuando se le presenta la ocasión sube. Desde ahí, al ver la amplia vista, parece como si se encontrara en una ciudad distinta, silenciosa, apacible.

“Una vez que esté construido este edificio podría ser otro faro”, dijo. “Un faro es lo que representa para nosotros”.

Más arriba, en medio del polvo y el ruido de las herramientas y el vaciado del concreto, Alignn Edwards sonríe ampliamente bajo su casco azul de construcción dentro del edificio que se convertirá en el número 4 del Centro Mundial de Comercio.

Detrás de Edwards se siente una brisa que penetra las vallas metálicas, y aquí, arriba de las grúas, persiste, en medio del aire fresco, una panorámica hacia el río Hudson y que también permite avistar la Estatua de la Libertad a la distancia.

Edwards también siente un orgullo especial por la reconstrucción de esta parte de terreno. Al igual que Bonilla, ahora dice sentirse más seguro que hace una década, lo cual dice queda garantizado con las medidas de seguridad adoptadas en los lugares de trabajo tras el 11 de septiembre.

Edwards no quiere recordar ese día cuando vio a personas que caían desde las alturas. Las escenas parecían muy reales aun cuando las observó por televisión. “Uno tiene que pretender que no sucedió nada”, dice ahora.

En cambio, Edwards se enfoca en la fortaleza de la ciudad.

“No existe ninguna parte como Nueva York”, afirma. “Nos caemos, nos desplomamos, nos volvemos a levantar. Así somos”.

Bonilla considera que sus hijos —hoy de 2 y 6 años— se sentirán orgullosos de la aportación de su padre. Un día. Cuando sepan que los edificios a su alrededor —esas estructuras enormes— no han estado ahí siempre. Se erigen y caen.

El 11 de septiembre será una “lección de vida” para ambos menores en su aprendizaje, dijo. Sus hijos no crecerán con un sentido falso de seguridad, pensando que son inmunes a la violencia en el mundo.

Debido a que muchos cadáveres nunca fueron recuperados, algunas personas consideran todavía este lugar una especie de cementerio. Pero para Bonilla es diferente.
“Creo que el periodo de duelo ha pasado”, afirmó. “Miramos ahora hacia el futuro”.

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp

Relacionados