“Miami Beach” es una palabra con aditivos: aun si uno nunca puso los pies sobre esa tierra, hablar de esta ciudad implica adosarle miles de sensaciones: el calor de la playa, los olores de la comida, el ruido de todas las músicas y todos los idiomas, la opulencia de la vida de los millonarios. Hay algo en el imaginario colectivo que funciona como un subtitulado. Y todo eso, lo que se conoce y lo que se imagina, se potenció al extremo ayer por los festejos de los 100 años de esa ciudad.
Vale antes que nada una aclaración: Miami Beach no es Miami (que fue fundada en 1825) sino que es una pequeña isla de 48 kilómetros cuadrados de superficie y 11 km de largo, justo enfrente de Miami. Pero es en Miami Beach en donde están íconos como la avenida Ocean Drive, Lincoln Road o la Collins.
Justamente John Collins fue uno de los pioneros. Esas tierras se habían vendido originalmente a 50 centavos de dólar la hectárea, en 1870. Después de algunos emprendimientos agrícolas que fracasaron, Collins pensó en Miami Beach como una tierra de vacaciones, lujo y diversión. Es decir, pensó la Miami Beach que hoy existe. Una tierra de esparcimiento, buenas playas y vida relajada, que recibe anualmente más de 3,5 millones de turistas.
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