Viaje a través del tiempo en Lisboa
Un tranvía que parece estar ahí desde hace un siglo y conocer cada piedra de las empinadas calles que recorre desde la plaza del Comercio, en dirección a la Alfama, el barrio del fado y el más antiguo de la ciudad.
El 28 puede ser también el termómetro de la historia lusa. Sube cerca de la Catedral de Lisboa y se detiene por el Castillo de San Jorge, fortalezas medievales que sobrevivieron al terremoto de 1755, que destruyó gran parte de la ciudad. Pasa por el monasterio de San Vicente de Forra y el Panteón Nacional (donde están sepultados los reyes de Portugal), que exhibe una hermosa arquitectura blanca tapizada de azulejos del siglo XVIII. Allí reposa la dinastía de los Braganza. Pero el 28 se detiene en el mejor lugar simplemente para estar contemplando el Tajo y adivinando, al fondo, el Atlántico: el Mirador de la Puerta del Sol.
Una plazoleta musical para ver caer la tarde, la mejor hora de Lisboa. Entre antigüedades Ya con los pies en las piedras de sus calles, por donde se mire, hay alguien yendo al pasado: esta vez en la Feira de Ladra, un mercado vintage. Discos de Gipsy Kings, de los 90, libros de Truman Capote leídos y releídos, fotos viejas que también tienen compradores y un reloj detenido en las 11:00 a.m. de cualquier día.
Del otro lado de la colina, en el Chiado, uno se puede encontrar con otro pasado: el de Fernando Pessoa y el café A Brasileira, que frecuentaban el poeta, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Bernardo Soares, algunos de los heterónimos que lo hicieron famoso.
Después de tomarse un café con todos ellos, vale la pena descender y tener una vista de la Lisboa baja, la que mira a las colinas. Caminar por la Rua de Augusta, eje de la ciudad antigua, y extasiarse con la iluminación de la plaza de Pedro IV, más conocida como el Rossio, donde es usual ver fotógrafos queriendo captar el lugar.
Por supuesto, comerse un bacalao, el tradicional plato nacional, del que en el país aseguran que preparan de 36 formas diferentes. También, inevitablemente, terminar el día entre la iluminación de la plaza del Comercio, donde estuvo el Palacio Real y que desemboca en el Tajo, lo único que se mueve en la Lisboa donde no pasa el tiempo. (El Tiempo)