28 de marzo de 2024 8:48 PM

La despedida de Chávez ante un posible desenlace fatal/ Por Manuel Malaver

Manuel MalaverPodría estar en las cámaras hiperbáricas, o quizá en su lecho de muerte, pero en cuanto la ciencia o la suerte le permitieron sentirse en condiciones, Chávez se quitó su máscara mortuoria y regresó a Caracas a darle un último aliento a su sucesor, Nicolás Maduro y a sus candidatos en las elecciones regionales.

Aclaramos que en ninguna circunstancia habría ejercido su “sagrado” derecho al voto, pues siendo habitante del municipio Libertador no tiene gobernador a quien elegir, pero si vino a apersonarse in situ de la situación electoral del oficialismo y la oposición, de cómo se comportan los números, según la encuestas, con los candidatos del gobierno, dónde son fuertes y dónde son débiles, a cuáles habría que reforzar y cuáles no, así como los mensajes que habría que dejar, modificar o cambiar.

También a resolver problemas relativos a las ayudas qué tendrían que aportarse a nivel clientelar (cuestiones relacionadas con repartos de neveras, cocinas, equipos de sonidos, televisores, algunos que otros lotes de minicomputadoras, carros, viviendas, o recursos líquidos) que se revelaron tan eficaces a la hora de conseguir votos para las presidenciales.

Y por último -¿por qué no?- a analizar con miembros del Comando Estratégico Operacional (CEO) de la FAN en cuáles estados sería necesario que comandos de la GNB contribuyan en “Operaciones de Remolque”, como se conocen las acciones casi violentas con que votantes rezagados son rastreados (vía GPS incluso) y llevados a votar a la fuerza.

En otras palabras: que todo un “Plan Electoral Maestro y Estratégico” que debe contar con la jefatura de un hombre de armas que, si bien no dejó para la historia de las revoluciones hazañas como ganar una guerra civil a la rusa, o realizar la Gran Marcha de Mao, o triunfar en una guerra de guerrillas como la de Fidel Castro en la Sierra Maestra, sí es todo un mariscal en eso de montar sistemas electorales fraudulentos, batir al enemigo no en los campos de batallas sino en las mesas de votación y gobernar, no con la “legitimidad” de las balas, sino de los votos.

Característica de las guerras revolucionarias post modernas, o post Guerra Fría, del contexto o época donde impuestos como valores inviolables e inapelables el respeto a los derechos humanos, y la aceptación del gobierno de democracia constitucional como una conquista a la que tienen derecho todos los pueblos y países del mundo, la transgresión totalitaria persiste, pero a condición de que se camufle, que se disfrace de democrática, de que participe en elecciones y acceda al poder, no por el dictamen de la guerra, sino de la paz.

Y una vez en el poder, proceder -como impecablemente lo hizo Chávez- a desmontar las instituciones democráticas para sustituirlas por otras autoritarias, acabar con la independencia de los poderes y convertirse en su dueño, pervertir a la Fuerza Armada, asaltar a la industria petrolera a través de la toma de PDVSA, y last, but not least, crear un sistema electoral fraudulento presidido por un organismo electoral absolutamente sumiso donde al neototalitarismo se le permiten todas las ilegalidades para mantenerse en el poder y a la oposición ni una sola legalidad para contrarrestarlo.

Que el funcionamiento, permanencia y desarrollo de esta maquinaria es de capital importancia para la vigencia del chavismo en particular, y del neototalitarismo en general, lo revela la aparición en Caracas, el viernes en la madrugada, de esta momia, no se sabe si escapada de un sarcófago o un quirófano de La Habana, todavía con las marcas de las vendas en la cabeza, y en los brazos, y en todo el cuerpo, pero decidida a hacer su trabajo, que no es otro que darle ánimos a su heredero, a sus candidatos a gobernadores, y aceitar la maquinaria en la que no debe quedar suelta ni una sola pieza, ni un solo detalle.

Tapiz, códice o papiro que podría contrastarse con lo que sucede con el liderazgo opositor, si es que aún no cae en cuenta de la trascendencia estratégica de éstas elecciones a gobernadores en las cuales, o se gana el derecho de continuar manteniendo la lucha por la Venezuela plural, multicolor y variopinta que hasta ahora conocimos, o se pierde para dejarla caer en manos de una claque transnacional que tiene como socios más importantes a los hermanos Castro de Cuba, a los populistas argentinos y brasileños que lideran Lula da Silva y Cristina Kirchner, Alexander Luchashenko de Bielorrusia, Vladimir Putin de Rusia, Mahmoud Ahmadinejad de Irán y Bashar al Assad de Siria.

Llamado que hago igualmente, y sobre todo, a los electores de la oposición, en cuya decisión de ir a votar, y sus votos, radica la fuerza para derrotar a la ilegalidad con legalidad, a la violencia con la paz, al neototalitarismo con democracia, y a la exclusión con inclusión.

No se trata, por supuesto, de cualquier batalla, sino de una que, en términos históricos, no es diferente a las que se empeñaron en el pasado, sobre todo en siglo XIX, para ganar o perder la república.

Y en las que siempre ganó la voluntad de los venezolanos de ser libres, de gobernarnos a través de una constitución consensuada y de estado de derecho, donde la igualdad y la justicia sociales fueran los pilares de una Venezuela en alas del bienestar y el progreso y no de esta igualdad por abajo donde la ruina material y el deterioro moral nos retroceden a etapas prelógicas, prerracionales.

Una tarea que es una apuesta por los principios, por los valores, por los bienes espirituales de una modernidad donde el hombre se acepta con todos los riesgos que implica sentirse un ser humano, y no en una utopía que intenta borrar toda señal de individualidad para empezar a ser miembro de un rebaño.

Uno cuyo jefe no es un pastor sino un lobo, el capataz, comandante, cacique o mandamás para el cual obedecer o desobecer es el patrón básico para aplicar su sistema de premios y castigos que, en todos los totalitarismos, comienza con el acceso a los bienes básicos de la vida que se dan o se quitan.

No por azar, que Leon Troski, un revolucionario ruso que si sabía de totalitarismos nos dejó una frase, que pienso todos los venezolanos de los días de Chávez deben tener colgada en algún rincón de su mente: “Stalin convirtió la frase de Marx de que “En el comunismo el que no trabaja no come” en otra de especial utilidad para él: “En el comunismo el que no obedezca no come”. (Noticiero Digital)

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