19 de abril de 2024 10:57 AM

Desagravio a la traición/ Por Américo Martín

Americo Martin“Virgilio elogió a los mosquitos, Glaucón la injusticia, Sinesio la calvicie, Luciano las moscas y Apuleyo los asnos” Erasmo de Rotterdam

Si tan ilustres personalidades enaltecieron cosas tan inusuales ¿por qué el gran humanista holandés iba a abstenerse de elogiar la locura? Y con más razón, ¿por qué alguien como quien esto escribe, sin mérito alguno en comparación con Erasmo, podía negarse a elogiar algo que tantos practican?

Hay una diferencia, claro. Erasmo exaltó la locura llamándola por su nombre, sin revestirla o matizarla, pero en la actualidad el elogio a la traición es mimético: los alevosos llaman alevosos a otros, de la misma manera que el ladrón llama ladrón al vecino para confundir a sus perseguidores.

El mundo observa extasiado las indignadas acusaciones de traición lanzadas como misiles contra los disidentes en Venezuela. Pero traidor es el que vende una lealtad debida o una causa compartida. ¿Cómo podrían serlo entonces quienes nunca compartieron semejante causa? Porque distingamos: la alevosía que no se cae de la boca del gobierno venezolano es la de quienes se oponen a los actos del presidente; o dicho de otra manera, la de los osados que no piensen como él lo hace. Los acusados nunca se unieron al culto extasiado a favor del afortunado coronel. ¿Cómo podían entonces traicionar una “causa” que despreciaron desde el primer día? Ahora, si tienen tanta ansiedad de cazar alevosías deberían pensar en el juramento de lealtad quebrantado por los conjurados dirigidos por el actual presidente, al protagonizar su golpe de 1992.

Si hablamos de la izquierda de los 60, incluidas la lucha guerrillera y las varias abstenciones electorales, obviamente no hay causa. Y no la hay porque todos los dirigentes de aquella época abandonaron las guerrillas y ya no consideraron “electoralista” la participación en comicios. Llamaban traidores a quienes hicieron lo que ellos también harían después. Eso sí: sin recoger sus palabras.

Mencionaré un par de causas de los 60 “traicionadas” en los días que corren.

La primera, el repudio a caudillos, tiranos uniformados, militarismo y desde el histórico XX Congreso del Partido Comunista Soviético (1956) el infame culto a la personalidad. Pero en el siglo XXI el presidente socialista venezolano concentra el poder en su puño, se autonombra candidato e insulta a enmudecidos subalternos que aguardan embobados sus benditas decisiones.

Elogio, amigos, a la alevosía.

La segunda, los desiguales términos de intercambio con EEUU. Criticábase con razón una relación comercial que nos reducía a exportar materias primas contra productos manufacturados de alto valor agregado. ¡Cuántas batallas dieron con esa bandera asida! Venezuela había sido, como otros países, exportador de artículos primarios: petróleo crudo, café, cacao, plumas de garza. Monoproductores, monoexportadores y pluriimportadores. ¡Esa humillante relación había que romperla y los hijos de Bolívar lo harían! Lo cierto es que se fue rompiendo pacífica y consensuadamente, sin manifiestos ni revoluciones. El país fue diversificando exportaciones en sana tendencia a “sembrar el petróleo”.

¿Pero qué pasa con el flamante socialismo bolivariano? Pasa que ha destruido masivamente fuerzas productivas y por eso recae en la exportación de un solo producto. Venezuela ha vuelto al más triste pasado en nombre del más frondoso futuro.

¡Que viva la revolución! ¡Viva la alevosía!

Venezuela jamás fue invadida por los marines. Su territorio se encogió como la piel de zapa de Balzac por desafortunadas conductas de varios gobernantes. ¡Primeros en la guerra emancipadora y últimos en cruzar armas con nuestros vecinos!, le escuché decir a Jóvito Villalba en un memorable discurso.

En 182 años republicanos tampoco fue paraíso de magnicidios. Sólo un presidente cayó: Delgado Chalbaud. Betancourt se escapó por un pelo, y CAP no estaba en su casa cuando fue bombardeada. Ni magnicidios ni guerras extranjeras, no obstante el presidente Chávez diariamente grita a los cielos que quieren matarlo. Como no presenta pruebas sus folclóricos temores ya pertenecen al paisaje.

Y en cuanto a guerras, nuestro inquieto revolucionario, sin ser arte ni parte, movió tropas contra Colombia que ni el supuesto agraviado se atrevió; amenazó a la “belicosa” Holanda de la reina Guillermina y quiere aplicarle la “asimétrica” al imperio de sus amores. Los aludidos, que lo conocen, no movieron una ceja.

Y si vamos a cosas más domésticas como la reclamación territorial a Guyana, el heroísmo se enfría. ¡Oh tiempos!

En fin, ¡¡tres hurras a la alevosía!!

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