29 de marzo de 2024 1:44 AM

Carta a Rubén Blades/ Eloy Torres Román

APRECIADO RUBÉN: Te llamo de esta forma, a pesar de no conocerte en persona. Ello se debe a la asimetría de las comunicaciones: Yo te conozco, tú a mí no; pero, te aclamo “apreciado”, pues lo hago por ser tú un valor de la cultura universal.

Te he seguido desde que apareciste en el firmamento con las Estrellas de Fania. He visto todas tus películas. Luego, son muchos los éxitos musicales que te han acompañado y que yo he bailado. El barrio (el 23 de Enero de Caracas) de donde vengo, conoce, canta y baila tu música como nadie. Te consta.

En una ocasión escribí un artículo sobre Oscar D’León; de quien dije que su gran mérito, junto contigo y el de otros fue el de haber sacado esa música del ghetto cultural en la que ella vivía: el barrio. Como bien sabes, hasta los años 60, ella era percibida, como arrabalera, de barrio o niche y, en consecuencia pobre.

 Los componentes sinfónicos de origen africano, reforzaban esa percepción. Tú, con gran sensibilidad le ofreciste un carácter sublime y elevado, en tanto que amoldaste “tu poesía” a la percusión, junto con los metales. El problema del habitante del barrio, comenzó a ser preocupación de todos. Se hizo natural el mestizaje cultural y ello permitió avanzar en el racial. Aunado a ello el carácter social de muchos de tus temas, reflejando la denuncia a las injusticias sociales en nuestros países. En todo caso, tienes un inmenso grano de arena en ese proceso. Bravo, te felicito.

Como quiera que terminaste la carrera de abogacía, luego un post grado en Ciencias Políticas, además eres un político comprometido con una creencia, no te será extraño de lo que te hablaré, no con pretensiones pedagógicas, pero si en la idea que sirva para clarificar ciertas cosas, particularmente a aquellos incautos que a veces no las perciben en su justa dimensión.

Perdona el abuso, pero no me queda otra: tu concierto del día 22 de julio de 2012, con el joven, como virtuoso, maestro Gustavo Dudamel y la legión de ejecutantes de la Orquesta juvenil Simón Bolívar (obra del Estado Nacional) fue extraordinario, magistral. Ya antes habíamos disfrutado de la presentación de Franco De Vita. Muy hermoso y gratificante su concierto. Luego, con tu temprana o ajustada en el tiempo, participación con la Orquesta latinoamericana caribeña, interpretando “María Lionza” y posteriormente “Decisiones” ofrecieron al público el elemento que necesitaba para regodearse con el ambiente.

La ansiosamente esperada conjunción de instrumentos clásicos que normalmente dirige Gustavo Dudamel con la música del barrio, sublimada por ti, se vio empañada por ese desenfrenado empeño de algunos de no respetar el tiempo de los asistentes a este tipo de acto, quienes, por lo general, son gente humilde y de pocos recursos. Hubo gente que llegó a las 11 de la mañana para estar lo más cerca posible del escenario. La permanencia, a pleno sol, para esperar tu acto, duró 8 horas.

Evidentemente no fue culpa tuya. Por el contrario, hiciste una espléndida aparición que no estaba prevista en el programa. Yo he asistido a varios conciertos tuyos y siempre has respetado a los asistentes. Entras a la hora y sales a la hora e incluso un poco más. En el Poliedro siempre lo hacías. Recuerdo una vez, en los años 80, en un concierto, no recuerdo cual, mi esposa me pidió que la elevara, cargándola sobre mis hombros, para verte mejor. En esa ocasión la señalaste y le lanzaste un beso que todavía me duelen los hombros al recordar la carga que me produjo ese cansancio acuestas.

Este domingo pasado esperamos, el asunto no fue la espera. Yo personalmente lo hice con gran gusto. No todos los días se ve un espectáculo de esa magnitud: Franco De Vita, Gustavo Dudamel y para completar con el gran Rubén Blades. Bien valió la espera. Fue excitantemente contagioso encontrarse con la letras de Maestra vida. Estar atrapado por el cansancio me motivó aún más para observar con mis oídos ese experimento.

Te confieso, siempre he seguido tus tanteos por incursionar en la música con una que otra apuesta novedosa. No te encasillas en un solo río. Nadas bien contra la corriente. Aún tengo fresco el empeño tuyo en interpretar a Diego Rivera. Fuiste un Pedro Navaja de la actuación, al sonreír con la picardía trágica del pintor, pues te robaste la escena.

Muy buena esa actuación.

Siempre fuiste percibido como un hombre musical y poéticamente procurador de caminos. “Siembra”, “Camilo Manrique”, “Chica plástica”, “Desapariciones”, “Tiburón”, “El Padre Antonio y su monaguillo Andrés”, “Adán García”, “Prohibido olvidar” y bueno, “Maestra vida”, un sublime esfuerzo poético por rescatar las cosas más sencillas de la cotidianidad de un pueblo, representado en la vivencia de un barrio.

De lo mejor. Esto para no mencionar el detalle de defender en Caracas en 1990 a la disidente cubana María Elena Cruz Varela, delante de Pablo Milanés, quien siempre fue majestuosamente brillante, pero, para ese momento un obcecado cantautor al servicio de la política represiva del régimen cubano. Todos recordamos su respuesta: fuiste calificado, de payaso, por el autor de la hermosa pieza “Yolanda”. Ahora este domingo pasado 22 de julio asumiste el riesgo de reivindicar al absurdamente vetado Cesar Miguel Rondón, cuyo talento, cultura, don de gente y conocimiento del género musical en cuestión, está fuera de duda: como también, cuando en un explicable gesto de educación y decencia de tu parte, agradeciste al “gobierno venezolano”; ese momento, no tú, fue abucheado.

No obstante, los bolivarianos, insistieron y, muy sibilinamente pretendieron, en el acto, vincular tu presencia a su “proceso”. Ello fue rechazado y pienso tú lo percibiste y pudiste comprobar que no estamos ni mintiendo ni exagerando.

Ello es producto de un inadmisible empeño de politizar todo aquello que no tiene naturaleza política, lo que indica y apunta que este mal llamado proyecto bolivariano se encamina hacia una derrota definitiva el 7 de octubre. Hoy Venezuela, no es la misma que tú conociste años atrás.

No necesito decírtelo o recordarlo. Tú eres un hombre muy informado. No obstante, te quiero decir que esa Venezuela que te admira y estuvo presente ese domingo 22 de julio en una zona militar, se creció y cantaba, en silencio, tu canción “Prohibido olvidar”: “…Pobre del país que ve la justicia hecha añicos por la voluntad del rico o por orden militar. Cada nación depende del corazón de su gente. ¡Y a un país que no se vende, nadie lo podrá comprar! ¡No te olvides!” Te confieso, muchos de los que estuvimos en el acto tuvimos que salir un poco más temprano para no encontramos con un Pedro Navaja bolivariano, de esos muchos que pululan por la calles y esquinas de Caracas y que han aumentado considerablemente en estos últimos 14 años.

Personalmente, no creo que ni siquiera un ruego a María Lionza por parte de los bolivarianos, desviará a este pueblo ni torcerá su decisión de cambiar su destino; esto es, para evitar caer víctima, como Adán García, quien exclamara, antes de morir, la chaplinesca expresión: “…el tiempo fue mi enemigo”. Por el contrario, el 7 de octubre veremos, como dices tú “…las caras de trabajo y de sudor, de gente de carne y hueso que no se vendió, de gente trabajando, buscando el nuevo camino”.

Apreciado Rubén: Espero que cuando leas estas líneas, te digas: ahí está un venezolano, como todos ellos, que me admira y es sensible a la música que hago, pues la siente suya y además canta conmigo: “Caminando, mirando una estrella. Caminando, oyendo una voz. Caminando, siguiendo la huella que otro caminó. Caminando, buscando a la vida. Caminando, buscando el amor. Caminando, curando la herida, que deja el dolor”.

Un afectuoso abrazo extensivo a tu hermano Roberto y demás familiares, como a toda Panamá.

Sinceramente, Eloy Torres Román

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